El asalto al Capitolio estadounidense, instigado por Trump, es el último acto de la peligrosa radicalización de la derecha norteamericana, tras años de mentiras y de incitación al odio, de atropellos de poder presentados como trofeos de guerra, de desprecio por la vida de otros y de abusos policiales, de indiferencia por el sufrimiento de la comunidad afrodescendiente y de soberbia y arrogancia ante el resto del mundo.
El intento de paralizar el nombramiento de Biden como nuevo presidente del país ocupando el Congreso ha causado la muerte de cuatro personas, con Washington en estado de emergencia y el país inmerso en la catástrofe de la pandemia. La indudable responsabilidad de Trump en el asalto, su desdén y su trastornada agresividad, son reveladoras del carácter neofascista de su magistratura y de su inclinación a actos de fuerza para imponer su voluntad.
Los asaltantes del Capitolio, como muchos de los seguidores de Trump, son una mezcla de trabajadores blancos, de nacionalistas insatisfechos, de racistas partidarios de la segregación, de enloquecidos seguidores de QAnon, de ciudadanos temerosos de que la inmigración les arrebate derechos y puestos de trabajo; una amalgama que también incluye a la extrema derecha, a matones de los Proud Boys, a portadores de banderas esclavistas, de evangelistas furiosos, de militantes de la Asociación Nacional del Rifle, a propietarios agrícolas, especuladores y la burguesía angustiada ante un nuevo mundo donde Estados Unidos no pueda imponer sus condiciones, y que globalmente componen buena parte de la población norteamericana.
No puede obviarse la gravedad del ataque al Congreso. Aunque el asalto lanzado por Trump abra una crisis en el Partido Republicano, fracturado por el ataque y por la deriva y el fanatismo del presidente saliente, las semillas del odio, de la intolerancia, del fanatismo, están sembradas y han arraigado en millones de estadounidenses, añadiéndose a ese oscuro y brutal patriotismo norteamericano que ha celebrado siempre las intervenciones militares en el exterior.
Estados Unidos contempla ahora las consecuencias de una política que ha aplicado durante décadas fuera de sus fronteras. La manipulación de campañas y el cuestionamiento de procesos electorales es, por otra parte, algo que siempre ha hecho Estados Unidos, negándose a reconocer triunfos en las urnas cuando no correspondían a sus intereses, y organizando golpes de Estado y operativos para derribar gobiernos, desde la Italia de posguerra a la Guatemala de Arbenz, desde el Irán de Mosaddeq a la Indonesia de Sukarno, desde el Chile de Allende a la Venezuela de Chávez, desde Ucrania a Bielorrusia, entre tantos otros ejemplos de injerencia.
Hoy, esa internacional de extrema derecha que se ha agrupado alrededor de Trump, y que componen Bolsonaro, Modi, Netanyahu, Orbán, Kaczyński, Salvini, Le Pen, Erdogan, Al-Sisi, Duterte, entre otros, como los representados por VOX en las Cortes españolas, supone no solo una amenaza para la libertad, sino también un riesgo para la convivencia, para la vida: no debe olvidarse que las falanges fascistas y los escuadrones nazis crecieron en medio del fanatismo, la insatisfacción y la violencia.
El desprestigio de la democracia liberal, basada en el poder del dinero, prisionera de la plutocracia y de la radicalización de gobernantes sin escrúpulos, esconde también el gran fraude y el expolio al que ha sometido a la clase trabajadora y el conjunto de las clases populares. Nadie debe infravalorar el peligro de la extrema derecha y del neofascismo, ni menospreciar los riesgos a que nos enfrentamos. El asalto al parlamento, la amenaza de recurrir a las armas, el recurso a las mentiras más groseras, la manipulación sin freno de sentimientos agraviados por la crisis del propio capitalismo, ilustran el carácter de esa extrema derecha norteamericana y también de la que se ha fortalecido en diferentes países.
El PCE muestra su satisfacción por la definitiva salida de la Administración Trump, aunque mantiene sus dudas sobre que la Presidencia de Biden vaya a significar cambios profundos en la política exterior e interior de los EEUU por lo que:
1- Muestra su solidaridad con las fuerzas políticas y sociales de los EEUU que se definen como socialistas, defendiendo politicas socialmente avanzadas y combatiendo sobre el terreno a las organizaciones racistas, violentas, de la extrema derecha estadounidense.
2- Renueva su llamamiento para avanzar en procesos de convergencia internacional entre las fuerzas políticas y sociales democráticas y de izquierdas para sumar fuerzas en la defensa de un nuevo orden internacional de caracter multipolar que ponga punto final a bloqueos ilegales que los EEUU mantienen contra los Estados que no se han sometido a sus intereses y que dispute la hegemonía a la internacional neofacista que Trump y sus aliados estan organizando.